Un día, un señor del pueblo de Ixtenco se fue a leñar al monte y se introdujo hasta dentro del bosque de esa cañada grande. En su camino se encontró una víbora grande que le dijo: “¿A dónde vas, buen hombre?” Y el hombre se espantó y se quedó sin hablar. La víbora en seguido le dijo: “No tengas miedo, no te voy a hacer nada, lo contrario, mira, pasaron unos malvados y me golpearon y ahora no puedo caminar, te lo ruego, te lo pido, cárgame, llévame a mi casa, no tengas miedo, no te va a pasar nada”. Y el señor, ya convencido levantó la víbora y se la echó en su espalda y comenzó a caminar y le dijo: “Pero no sé el camino”. “Tú sigues el camino hasta donde están los nacimientos del agua, hasta topar la pared.” Le contestó la víbora. Y llegaron al nacimiento del agua y la víbora le dijo al hombre: “Ya llegamos, y ahora toca la pared con tu pie, hazle así”. Y que le topó así con su pie y se abrieron dos puertas. Al pasar las dos puertas, se encontraban un hermoso bosque y jardín donde había flores, frutas, animales, changos, leones, coyotes, lobos y todas las clases de animales. “Ya llegamos” dijo la serpiente. Y cuando el señor la baja de su espalda se da cuenta que era una muchacha bonita con una linda cabellera que daba hasta la cintura y tenía sus sirvientas que vinieron por ella y los llevaron al fondo donde estaba un palacio. La serpiente le dijo al señor: “Sígueme” y la fue siguiendo hasta que llegó a ver una silla de puro oro donde las sirvientas sentaron a la muchacha bonita, la reina de ese lugar. El señor le dijo: “Ya te traigo y ya me voy”. “No, no te vayas, espérate, quédate esta noche, que te lleven mis sirvientas a dar un paseo y come de las frutas que tú quieras”. Y comió de las frutas que vio ahí: naranjas, uvas y otras frutas. Entonces llegó la tarde y se hizo la noche y la reina le dijo: “Quédate aquí o quédate en el palacio.” Y se quedó ahí. No hacía ni frío ni calor, estaba templando el lugar. Al otro día el señor se fue al palacio a despedirse. “Ándale, buen hombre” dijo la reina que en seguida ordenó a sus sirvientas “Caminenlo hasta la salida”. Y salieron de las puertas por donde entraron y las puertas se cerraron y otra vez quedó la roca como se ve ahí en la montaña. Ya bajó al pueblo y cuando llega, estaba transformado y se sorprendió. Llega a su casa y también no estaba como la dejó. Entonces salen dos ancianos y le preguntan: “¿Quién eres tú?” pero los ancianos lo conocían, dijeron: “Papá, tu eres mi papá”. “¿Como que soy tu papá?” contestó el señor. “Hace años que te perdimos cuando fuiste al monte a leñar. Te fuimos a buscar muchos días, estuvimos en el monte y nunca te encontramos y ¿Cómo es posible que vienes joven?”. “¿Hace años? Si apenas ayer me fui”. Cuando el señor dejó a los niños, estos tenían como dos o tres años. Y ahora ya están viejos. Ya tienen cerca de cien años los señores. Desde entonces, la población se dio cuenta y hasta el día de hoy, dicen que en la Malinche está la fuente de la eterna de la juventud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario